Un libro puede ser una ventana a un mundo, una perspectiva, una historia alternativa. A través de un libro podemos entrar en la mente de muchos otros, ver desde sus ojos, transitar por lugares distintos, lejanos, imposibles, pero que siempre finalmente tienen que ver con nosotros, con lo que somos, lo que deseamos, lo que nos negamos.

Un libro puede ser un refugio, un lugar en el que resguardarse de la tormenta y del frío, un lugar seguro, que siempre está, que podemos tocar, que podemos oler, que podemos abrazar.

Un libro puede ser un momento compartido, palabras que se pronuncian para otro, palabras que otro aprende a pronunciar con nosotros. Así, el libro se convierte en un canal, en una resonancia, en sincronía.

Un libro puede ser un descubrimiento, un aprendizaje, algo que nos cuestiona nuestras convicciones, que tambalea nuestras creencias y nos abre la mente a nuevas posibilidades, posibilidades que germinan, crecen, se desarrollan.

chica pensando

Un libro puede ser un ritual, un ciclo de pequeños gestos repetidos. Cada uno pasa las páginas de un modo, lo subraya, lo llena de colores, de notas, de añadidos, de páginas señaladas… o bien lo preserva intacto, inmodificado.

Un libro no es algo que se ve únicamente, es algo que se huele, que se saborea, que resuena, pero sobre todo, algo que se toca. No, no se lee solo con los ojos, se lee con los cinco sentidos.

Un libro no es algo que uno escribe y otro recibe. Nadie lee nunca el mismo libro. Cada lector ve una perspectiva, se fija en un detalle, descubre una idea, encuentra una conexión.

Un libro puede ser un hijo, algo que nace de ti, al que ves crecer, moverse por el mundo, conocer gente, y volver a ti de vez en cuando para traerte algo de todo ello.

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